Carta semanal del Obispo de Lleida

El próximo jueves, día 14, nuestra iglesia diocesana está llamada a vivir una gran fiesta en la catedral. Nos reuniremos los cristianos para recodar y renovar nuestra misión específica al servicio de la comunidad. Todos nosotros desarrollamos una actividad concreta en la parroquia, en la comunidad religiosa, en el movimiento apostólico o en la curia diocesana y cuando nos preguntan en nombre de quién lo hacemos o nos consultan sobre nuestras motivaciones profundas sabemos responder que es Jesucristo quien guía nuestras vidas.

            Es una fiesta con mucho arraigo entre nosotros y se lleva celebrando varios años en los primeros días del curso pastoral. Prácticamente todos los colaboradores de los distintos ámbitos de la pastoral acuden a la catedral y, acompañados por otros muchos cristianos, elevan sus oraciones al Señor y reciben el encargo de la acción misionera por parte del obispo. Es fundamental reconocer que nadie se siente solo en su misión y que nadie predica una enseñanza propia como inspirada por sí mismo. Es una misión eclesial. Os recuerdo que el Catecismo, citando un texto del Concilio Vaticano II, afirma que “La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser sacramento universal de salvación, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo el mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres” (AG 1). Todo ello responde al mandato del Señor, “id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 28,19).
            Muy resumidamente podemos decir que “Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, ‘llamó a los que él quiso… instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarles a predicar… el ministerio de los Apóstoles es la continuación de la misión de Cristo. “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe (Mt 10,40). Así lo hicieron marchando a anunciar el evangelio a los cuatro puntos cardinales, con la clara conciencia de que Cristo estaría con ellos hasta el fin de los tiempos (Cfr Catecismo 858 y ss).
            “Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron” (LG 20). Es la línea de actuación de los pastores, los actuales obispos y sus colaboradores en el ministerio.
            Todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. Es la llamada vocación al apostolado, actividad que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra. Ello exige la palabra y el testimonio de cada cristiano para que todos perciban el amor de Dios y su salvación.
            El envío en la catedral lo volveremos a realizar ahora con todos los colaboradores de nuestra diócesis y propondremos al resto de los cristianos una mayor respuesta a su vocación y a su misión.
            Termino con unas palabras del papa Francisco cuando enviaba a los misioneros de la misericordia hace dos años: “Mira, Señor, a estos siervos tuyos, que enviamos como mensajeros de misericordia, de salvación y de paz. Guía sus pasos con tu diestra y sostenlos con la potencia de tu gracia para que no sucumban ante el peso de las fatigas apostólicas. Resuene en sus palabras la voz de Cristo y en sus gestos el corazón de Cristo; y cuantos los escuche sean atraídos a la obediencia del Evangelio”.
            Podéis comprobar que es una fiesta con hondo significado que nos compromete a todos  para anunciar con alegría y autenticidad lo que, del Señor, hemos aprendido, orado y celebrado.
                                                           + Salvador Giménez, obispo de Lleida.